El quintuple asesinato de Atocha me produjo una profunda congoja. A este hecho tan solo le separaba quince meses de la toma por las fuerzas del orden de una iglesia a tiro limpio en Vitoria. Aislado en el penal de El Puerto de Santa María, como castigo por fugarme de la prisión de Segovia, capturado en el Pirineo navarro tras pasar seis horas huyendo de la Guardia Civil que al descubrirnos comenzó a disparar contra nosotros, así mataron a Oriol Solé Sugranyes sin darle la oportunidad de entregarse; tres orificios de bala a la altura de la cintura acabaron con su vida. Me encontraba junto a él en aquel fatídico día.
No olvidaré jamás la noche del traslado a El Puerto de Santa María en los sótanos de Carabanchel. Ya en el penal de El Puerto, tres meses largos incomunicado sin poder hablar con nadie, el wáter obstruido, el uniforme dos tallas más pequeña lo mismo que el calzado, por la mañana me retiraban el “colchón” sucio y mugriento, lo poco que podía leer lo decidían los funcionarios: la Biblia y las glorias de la fragatas españolas en el siglo XVI y XIX.
En estas condiciones recibí la noticia de los crímenes de Atocha, percibía que estaba en el mismo “barco”, que en cualquier momento entraban en aquella siniestra prisión, en la que tantos horrores se cometieron, y podía sufrir el mismo destino.
Las protestas y los funerales por los cinco asesinados vilmente en el despacho de los abogados laboristas, aminoraron mi congoja. Las movilizaciones de aquellos días eran una esperanza, amplias multitudes exigían libertad y amnistía.
La única palabra que encuentro para homenajear a los cinco asesinados, es¡LIBERTAD!
No olvidaré jamás la noche del traslado a El Puerto de Santa María en los sótanos de Carabanchel. Ya en el penal de El Puerto, tres meses largos incomunicado sin poder hablar con nadie, el wáter obstruido, el uniforme dos tallas más pequeña lo mismo que el calzado, por la mañana me retiraban el “colchón” sucio y mugriento, lo poco que podía leer lo decidían los funcionarios: la Biblia y las glorias de la fragatas españolas en el siglo XVI y XIX.
En estas condiciones recibí la noticia de los crímenes de Atocha, percibía que estaba en el mismo “barco”, que en cualquier momento entraban en aquella siniestra prisión, en la que tantos horrores se cometieron, y podía sufrir el mismo destino.
Las protestas y los funerales por los cinco asesinados vilmente en el despacho de los abogados laboristas, aminoraron mi congoja. Las movilizaciones de aquellos días eran una esperanza, amplias multitudes exigían libertad y amnistía.
La única palabra que encuentro para homenajear a los cinco asesinados, es¡LIBERTAD!